jueves, 3 de enero de 2008

El Jorobado de Notre Dame


Vive entre las campanas de una catedral que resuena con música que adora al creador. Escondido entre los escondrijos más secretos, en aquellos lugares donde no llega la mano cariñosa de un amigo. Un lugar propicio para esconder el defecto de una carga atroz sobre los hombros del Jorobado de Notre Dame.
Toda su vida rodeado de notas musicales elevadas al Señor, sin poder unir su voz a los que cantan con gratitud; es que no hay gratitud en un alma cargada por el defecto, la vergüenza y la soledad. Quasimodo, vive en la iglesia, pero su alma está alejada del creador, no quiere, ni tampoco puede alzar sus ojos raudos al cielo, menos pedirle que levante sus brazos en señal de alabanza, se lo impide su joroba que oprime su ser por completo…
No hay para este jorobado una señal de esperanza, no tiene fe, porque todos los pronósticos son contrarios, este mal no tiene sanidad. Su rostro es tenue, sin vida, sus brazos están alargados, caídos, su mirada está fija hacia abajo, la tierra, el polvo de la vergüenza…
Si tan sólo los guionistas de esta historia hubieran hecho aparecer a Jesús en Notre Dame, si hubieran llamado al autor de la vida a esta catedral histórica, si Cuasimodo hubiera tenido la posibilidad de acercarse al Señor de la catedral, el final hubiera sido fantástico, milagroso, extraordinario… porque extraordinario es el amor del Señor.
¡Como nos parecemos al jorobado!... pesadas cargas en nuestras espaldas, mirada triste por la desesperanza, manos caídas por el fracaso… imposibilitados de mirar a rostro descubierto a Dios, sin poder expresar un cántico de adoración al creador, escondido en los rincones mas oscuros de nuestra alma…
Si tan sólo Jesús hubiese aparecido en Notre Dame, todo hubiese sido diferente, la luz venciendo las tinieblas, el amor venciendo la vergüenza, el poder sanando el defecto, la gloria inundando al pecador… si tan sólo hubiese estado Jesús en la catedral de Notre Dame, todo habría sido especial. Cómo lo fue aquel sábado en una sinagoga donde sí estaba Jesús compartiendo de su amor, mientras enseñaba, divisó a la distancia, en un rincón alejado una sombra de una mujer que sufría de este mal, encorvada durante 18 años, sólo mirando la gracia desde lejos, sin disfrutar de su bendición, oprimida, sola, con su mirada en tierra. Jesús al verla, con la autoridad de un experto en reparar vidas la llama con amor y le dice: “Mujer, eres libre de tu enfermedad” (Lucas 13:12), se acerca y pone sus manos divinas en la espalda de esta mujer y lentamente hace desaparecer su oprobio, levantándola, poniéndola erguida para que ella alce su mirada al trono de la gloria de Dios y le alabe con todas las fuerzas de un corazón que ha gustado el bien de Dios.
Si Jesús hubiese aparecido en Notre Dame como me apareció a mi, cuando cargado por mi mal alejado me encontraba de su amor, cuando el me miro y me hizo libre para caminar, otro hubiera sido el final del la historia del Jorobado de Notre Dame.