Mis ojos quedaron fijos a la plataforma, mis oídos estaban conectados al mismo trono del Señor...
Todas las palabras eran un reflejo de mi actuar hasta ese momento, mi falta de entrega, sin identidad, con un pie dentro de la casa de Dios y el otro queriéndo huir lejos tras las luces de este mundo, mis brazos que se alzaban por rutina sin vida de Dios, mi oración religiosa que no alcanzaba ni siquiera para decir amen, ese era yo. un hijo de padres pentecostales, un hijo de la romesa, un principito con cara de mendigo, un nieto de Dios, porque los hijos de Dios eran mis padres... todo lo que el mensajero dijo esa noche impactó mi vida.
Al concluir el mensaje del predicador de aquella madrugada, yo estaba arrodillado en el piso con mi brazos levantados y con mi rostro al cielo mirando por fe al trono del Señor.
Entendí esa noche por la gracia del Señor que no debo conformarme a lo que este mundo ofrece, a los gusanos de miseria, pecado, maldad, error, que atrapan a la juventud. Entendí que hay muchos que se conforman a vivir mundanamente. Y entendí esa noche que yo era llamado a ser hijo de Dios, que mi ciudadanía está en los cielos de donde vendrá el Señor a buscar a todos los que en él confian.
No te conformes a este siglo, cambia tu manera de pensar y cambiara tu manera de vivir (Rom. 12:2)
Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán. (Isaías 40:30-31).